
Todo católico sabe que, al acercarse a Comulgar, debe estar en gracia de Dios, es decir: limpio.
Limpio por fuera y limpio por dentro.
Al caminar hacia la Comunión no le quites la intensidad al encuentro; todo lo que debía hacerse debe estar hecho, ya todo quedó atrás.
Es momento incomprensible, e incomparable, es momento de adoración y humildad.
Recíbelo sin palabras, permítele que te envuelva en su amor, aunque no lo sientas, créelo. Es el momento de entregarse a Dios.
COMULGAR
Comulgar, es dejarse cautivar por Dios, gozando de su Presencia Viva, amándolo. Es el momento del encuentro personal, donde cada quien lo siente diferente.
Es el momento del asombro: “Dios vivo, viene a mi” ofreciéndose en un trocito de pan que saboreo, y me alimenta.
No es momento para pedir, ni para rezar, es momento para asombrarse, agradecer, amar sin palabras, dejándose cautivar sin entender tanta grandeza que se goza por la fe. Este pensamiento debe dominarlo todo, permitiéndole a Dios vivir en el ser, y al ser vivir en Él.
AGUANTAR Y SOPORTAR.
Aguantar y soportar a veces son muy difíciles de llevar.
Aguantar y soportar, se dicen fácil, pero no lo son de llevar, y menos en los tiempos en que se vive.
Aguantar y soportar se llevan bien, cuando se ofrecen por amor a Dios.
Cuando se ofrecen por amor a Dios, todo cambia; la carga se siente más ligera, la amargura desaparece, lo mismo que la auto-compasión, y el pesimismo.
El malestar físico se siente, el cansancio también, pero la carga es más ligera, porque no hay frustración, amargura, ni autocompasión.
El cuerpo cansado duerme en paz, la mente descansa.
Dios cuida renovando las fuerzas, llenándonos de energías, para seguir adelante.
Aguantar y soportar por amor a Dios, no es sentido igual por todo el mundo, un grupo pequeño, solo lo siente, su vida es diferente, porque la centran en Dios.
Sólo ofreciéndoselo a Dios, recibiendo su fuerza, se logra superar momentos insoportables, que traen como beneficio paz, tranquilidad, buen equilibrio mental.
HUMILDAD-CONFIANZA
¡Humildad y confianza son apenas dos palabras, pero cuánto encierran!
La humildad embellece a los ojos de Dios. La confianza puesta en Dios fortalece, quita el miedo, da seguridad. La confianza en Dios y la humildad, no se compran, ni se roban, son gracia de Dios. Cuando nos acercamos a Dios, con fe, amor, confianza, para pedirle otra cosa que no sea su presencia amada en nosotros, Él nos inunda con su gracia, como la luz ilumina al que se acerca a ella; siendo más intenso su brillo, al que más se acerque a su luz. Mientras más lo busquemos, más lo tenemos, más nos llenamos de Él.
Con amor, confianza y humildad, nos acercamos a Papá Dios para decirle cuanto lo amamos en su Hijo Jesucristo, que, al contemplarlo, contemplamos su Rostro.
TAL CUAL
Al enseñar el Evangelio, debemos hacerlo conscientes de que es un pedido que viene del propio Jesús.
El Evangelio debe enseñarse con fe y convencimiento; con humildad, libre de toda soberbia que conduce al fanatismo impositivo. f
Enseñando a amar a Jesús y a la vez dándole al que oye libertad para preguntar lo que no entiende, o que exprese sus sentimientos.
Nadie es igual a otro, por más que su estructura orgánica lo muestre, porque:
SOLO somos IGUALES, a los ojos de DIOS.
Cada persona tiene su propia vida interior; su mundo impenetrable a otro que no sea Dios.
De ahí, los sufrimientos inútiles que padecen algunas personas que pretenden ser amados, queridos, o tratados, como lo hacen ellos, porque no han llegado a pensar en la diferencia personal. Cuando al Evangelizar, se presenten diversas interrogantes, debemos responder con: prudencia, sencillez, y veracidad, de acuerdo al público que nos escuche; hacerlo tal cual como lo hacía Jesús, y tal cual, como ÉL lo enseñó.
Filotea
