
Siempre desee tener una gran mata de limón por lo sabroso y saludable y por las bellas historias donde los limones son protagonistas, historias milagrosas como la del Limonero del Señor, que cuenta que cuando pasó la procesión con el Nazareno, su cruz se enredó en las ramas del limonero haciendo caer los milagrosos limones que curaron al pueblo de la terrible enfermedad. Dios siempre quiere sanarnos, bendice nuestra fe y actúa en forma sencilla y humilde.
Sembré mi limonero, lo tenía muy mimado y cuidado, pero un día de tormenta el pequeño limonero casi quedó muerto, pude rescatar lo que quedaba, el pobrecito se veía de aspecto tan lamentable que no creí que sobreviviera. Paso el tiempo, vino otra tormenta y trabajé para ponerle un protector de viento y estacas, pero aquello parecía misión imposible y yo actuaba como una madre sobreprotectora. Hasta que decidí ponerle abono y dejarlo ser fuerte por si mismo. Pasó el tiempo, después de tantas tormentas, había crecido como un árbol grande y productivo.
Un día mi grupo de catequesis adoptó a un seminarista africano para ayudarle a pagar su beca de estudios, parecía algo muy difícil, pero pensé en los limones. También los limones podían ser milagrosos esta vez y lo fueron, porque cada semana servíamos limonada en la puerta de la iglesia, el fuerte calor era nuestro mejor aliado y toda la gente se contagió del entusiasmo de los niños y en la alcancía del seminarista daban mucho más que el valor de un vaso de limonada, y pasó de ser nuestro seminarista al de toda nuestra parroquia.
Dios permite las tormentas para hacernos fuertes, quiere que demos frutos en abundancia, Él multiplica cada pequeño gesto de generosidad. La vida es muy amarga sin Dios, sólo Él calma la sed pero cuenta con tu ayuda.
INA O.P.
