Mártir de la Eucaristía

El Arzobispo Fulton Sheen y la niña mártir de la Eucaristía
“Sangre de martires, semilla de cristianos”, dice la famosa frase de Tertuliano. A menudo, incluso más: sangre de mártires, semilla de santos.

La historia del Venerable Mons. Fulton John Sheen, figura luminosa del catolicismo norteamericano, puede probarlo.
El Siervo de Dios Arzobispo Fulton Sheen, a quien se le atribuye un posible milagro, contó meses antes de morir en 1979 que su mayor inspiración fue una niña china de once años que murió por la Eucaristía.

El Arzobispo Sheen relató en una entrevista que cuando los comunistas se apoderaron de China a mediados del siglo XX, apresaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. Desde la ventana el presbítero pudo ver cómo los comunistas entraron a profanar el templo.

Estos tomaron el copón del sagrario y lo tiraron al suelo, quedando esparcidas 32 Hostias consagradas. En la parte de atrás de la iglesia había una niñita que rezaba y que vio todo lo sucedido.

Por la noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró al templo e hizo una hora santa de oración como reparación al acto sacrílego. Luego la pequeña se arrodilló y con su lengua comulgó una de las Sagradas Hostias. Cabe recordar que en ese entonces los laicos no podían tocar la Eucaristía con sus manos.

La niña regresó cada noche y después de su hora santa, recibía a Jesús Sacramentado en su lengua. En el día 32, tras consumir la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia, quien corrió detrás de la pequeña, la atrapó y la golpeó hasta matarla con la culata del rifle.

El sacerdote apresado presenció sumamente abatido este acto de martirio heroico. Posteriormente, cuando el Arzobispo Sheen escuchó el relato prometió que haría una hora santa diaria ante Jesús Sacramentado por el resto de su vida.

La pequeña le enseñó al Prelado el valor y celo que se debe tener por el Santísimo Sacramento y cómo la fe puede vencer el miedo, porque el verdadero amor a la Eucaristía debe trascender la propia vida.

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