
Hace unos meses, cambiando impresiones con la viuda de un amigo, que falleció repentinamente, con grandes problemas, me dijo: «Dios me quiere demasiado, pues cuando arreglo un problema, me vienen dos». Viéndola cómo hablaba, no intuí un reproche de Dios, sino que lo hacía en clave de humor y de amor. Se fiaba de Dios, y Éste le compensaba con una fuerza para aceptar lo que le iba enviando. Ha elegido sonreír y aceptar, en lugar de llorar, como le pide el cuerpo.
Se comenta que santa Teresa, en uno de los viajes que realizó, se cayó de la cabalgadura y se torció un tobillo; se lamentaba del percance, cuando se le apareció el Señor, y le dijo: «Hija mía, no te quejes, así trato a los amigos más íntimos». Dicen que la santa le respondió con su singular franqueza: «¡Así tiene tantos vuestra Divina Majestad!»
Dan como creador de la nueva teología del humor a San Juan XXIII por sus divertidas anécdotas, chascarrillos y, dicen, sentido del humor, humor que la Iglesia necesita, pues está impreso en la esencia del Evangelio; en multitud de ocasiones se nos pide que nos alegremos: Alégrate, María; Alegraos, os ha nacido el Redentor; Alegraos siempre en el Señor, etc. La alegría, ese humor que brota del interior de los que esperan en el Señor y que nos hace pedir que los creyentes también seamos samaritanos del humor, amortiguando los roces e incomprensiones de los tristes. Santa Teresa, con su profundidad teológica, ya exclamaba que «un santo triste es un triste santo»; o santo Tomás Moro, cuando pedía al Señor el sentido del humor con estas frases: «Dame el don de saber reír un chiste, para que sepa sacarle un poco de gozo a la vida y pueda hacer partícipes de él a los demás»; o el mismo san Juan Bosco cuando se dirige a sus muchachos del oratorio: «Os quiero siempre alegres, porque así sé que tenéis la paz interior»; y, además, para que sus muchachos se rían, no duda en vestirse de payaso o hacer de saltimbanqui.
Asimismo, Federico Ozanam, probado por la cruz con predilección, dijo en cierta ocasión que la frase que más le impresionó cuando fue a pedir consejo a su director espiritual en su crisis de fe, éste le dijo: «¡Alégrate siempre en el Señor!» No le dijo que se resignase o consolase, sino que se alegrase, y esta respuesta le sirvió para aceptar todo lo que Él le iba mandando, que no fue poco.
Sé que es fácil escribir esto, pero vivirlo y aceptarlo ya es más complicado, pero no me resisto a pensar que tenemos que hacer, permanentemente, ensayos para llevar el amor de Cristo a los que acudan a nosotros, pero sin olvidarnos de algunas formas cotidianas de amarlo, también con la palabra amable, un chiste o una sonrisa, porque estaba decaído y cabizbajo, y me hiciste sonreír y me levantaste el ánimo. Y Dios les dirá: ¡Al cielo!
¿Se llamará a esto la Teología del humor?
J.L.M.
de la revista Ozanam,
de la Sociedad de San Vicente de Paúl
