
Dios siembra con generosidad, y no hace distinciones entre buenos y malos terrenos, simplemente arriesga la semilla, porque sabe que no hay tierra mala sino mal abonada o contaminada por desechos tóxicos, o escondida entre espinas y piedras.
La Semilla es perfecta sin duda, porque es la Palabra de Dios y está sembrada en el corazón de la humanidad y sus frutos se descubren en cada acto de amor por más insignificante que parezca. Cuando alguien sonríe para alegrar a otro, cuando se comparte el pan, cuando alguien arriesga su vida por salvar un enfermo, cuando se defiende de la muerte a los niños o a los ancianos, cuando se trabaja por recuperar los valores de la familia y la dignidad humana y cada vez que se trabaja por la paz y se sirve con amor a los demás, la Semilla está dando frutos.
Hoy parece más difícil que nunca mantener la tierra en las mejores condiciones para recibir la semilla y hacer que produzca aunque sea un poco. Hay que hacer un esfuerzo diario para perseverar y mantener el terreno limpio de las espinas del pecado y las malas hierbas de las ideologías perversas que ahogan la semilla. No hay raíz que profundice en un corazón de piedra, porque el odio envenena y sólo produce desgracia.
Dios es el Sembrador misericordioso que bendice la generosidad y al que perdona, él le perdonará más, al que comparte un poco le dará el ciento por uno, al que le sigue con fe, le regala la vida eterna.
Los brotes del alma crecen fuertes agarrados a la cruz, los hongos se eliminan buscando la luz de Cristo en su Palabra, las malas hierbas se fumigan con la confesión, el alma se alimenta con la Eucaristía y para resguardarnos del frío y del peligro, nos refugiamos bajo el seguro manto de María.
La semilla de Dios es perfecta, es tu decisión dejarla crecer en tu vida y arriesgarte a producir frutos de santidad.
Ina O.P.
